Empezaba a estar más tranquilo. La incertidumbre de no saber a dónde acabaría viviendo me estaba afectando demasiado y me agotaba cada día más. Llevaba un mes frenético sin parar de buscar y no encontrar nada que coincidiera con los parámetros que me había fijado, busqué y rebusqué, encontraba pisos que en un principio me gustaban y me ilusionaba con ellos, y después de visitarlos y ver que no era todo lo que me había imaginado, se me caían las ilusiones a los pies y me desilusionaba a cada piso que visitaba. Lo que en un principio fué una proposición de intentar encontrar algo para mi sólo y poder sentirme más libre e independiente, se iba desmoronando con el tiempo y lo veía cada vez más complicado. Desistí finalmente y me propuse volver a compartir, pese a mi voluntad, y aunque en un principio no era lo que buscaba, acabé convenciéndome de que era la mejor opción.
A la semana de buscar habitaciones compartidas y ver que no era nada fácil, de ver unos cuantos pisos deprimentes, habitaciones pequeñas y futuros compañeros de piso algo extraños, recibí un mensaje de un piso que vi antes de empezar toda la búsqueda, un piso de seis habitaciones a compartir con cinco chicas. Al principio la idea de compartir con cinco chicas me tiraba un poco para atrás, no me podía imaginar encontrar calma, buena convivencia, libertad, intimidad, y más si partía desde un principio de querer ir a vivir sólo, no me convencía la idea para nada y me citaban de nuevo para terminar de conocer a las inquilinas del piso. Había ido a visitarlo cuando supé que tenía que empezar a buscar. Mi excompañera de piso me dijo que tenía una amiga que vivía en un piso muy grande y céntrico y que si quería que podía ir a verlo, que las chicas eran muy tranquilas y que había buen ambiente. Semiconvencido acepté ir, y me propuse a tener esa opció por si acaso no encontraba nada. Era una posibilidad que consideraba con pocas probabilidades, pero ahí estaba.
Después de más de un mes de búsqueda, me encontraba otra vez en ese piso céntrico. Hablé con ellas de varios temas genéricos, no me parecieron nada complicadas, parecían agradables y simpáticas, no me sentí incómodo más allá de lo normal y tube la sensación de que después de toda la búsqueda de pisos y habitaciones, esa podía ser una buena oportunidad. El tiempo se me tiraba encima y a principios de mes tenía que irme del piso e instalarme a otro. Me dijeron que si quería, que podía entrar a vivir con ellas, que me consideraban un chico tranquilo y que parecía sincero. Así que, después de pensármelo bien, mentalizarme de esa nueva situación en mi vida, pensar en todo lo bueno que podía traerme el cambio y el instalarme a ese sitio tan inesperado, finalmente era una opción real y que la tenía ya mismo
Después de analizar todos los puntos positivos y negativos, realmente no estaba del todo convencido de irme a vivir allí. Tal vez soy algo inseguro, todo me cuesta al principio y más después de tantas desilusiones vividas, me costaba mucho pensar en positivo y ver que podría estar bien en mi nuevo piso, incluso después de decir que si seguí visitando pisos deseperadamente para ver si encontraba lo que buscaba.
Me encontraba visitando un piso pequeño de dos habitaciones, cocina vieja, salon pequeño y con un posible futuro compañero de piso argentino de unos 50 años, encuestador. Cuando llegué, había otra persona que había ido a ver el piso, un chico de unos 30 años, ucraniano, cirujano de intestinos. Me vi en esa situación tan peculiar. El argentino no callaba, hablaba como si le fuera la vida en ello, como si tubiera una maldición de que al estar callado la palmase. Y me pregunto: Que les pasa a los argentinos? Pensé, bueno, debe ser de raza o algo. El ucraniano no callaba tampoco, solo hablaba de hospitales privados y públicos, me vi tan cansado de escuchar a desconocidos egoistas, de ver que la gente solo piensa en sus cosas, de que te pongan tantas condiciones, estaba ya cansado de todo aquello, así que decidí no ver más pisos. Se acabó! me dije al bajar por el ascensor de ese miserioso piso. Me convencí finalmente de que ya había encontrado piso. Me iba al piso grande, céntrico y con cinco chicas de compañeras.
Me encontraba entre los dos pisos y con ganas de terminar de una vez con todo aquello, pero tenía que hacer la mudanza. En tres días me amoblé la habitación y me pase todo lo que tenía del piso que dejaba al piso nuevo. Tube la suerte de que mi hermana me dejo el coche, con él pude hacer varios viajes cargados hasta las cejas de todas mis cosas, y de las que no sabía que tenía también.
Era viernes, me había pedido el miercoles y el jueves para hacer mi mudanza, y ese viernes trabajé. Al llegar a casa intenté hacer una siesta, como hago algunos viernes que no he quedado. Pero ese día no pude. Estaba pensando en la posibilidad que había en que ella viniese esa noche después de salir con sus amigas. Era una posibilidad que en el fondo sabía que no podía ocurrir ya que ella no es de hacer estas cosas, pero aún así, mi pequeña esperanza estaba allí, y mis grandes ganas de que eso ocurriera no me dejaron dormir. Tenía ganas de que ocurriera. Muchas. Sabía que era la última posibilidad de que estubieramos los dos en esa habitación dónde habíamos vivido tantos momentos mágicos, recordé varios días que nos marcaron a los dos y recordé lo bien que habíamos estado allí y todo lo que nos habíamos dicho. Recordé que nos habíamos prometido unas fotos juntos allí, como recuerdo de todo lo vivido. Deseaba que ocurriera.
- Tranquilo, no te molestaré. – Creo que odio esta frase. Me lo repitió hasta la saciedad, y en cada repetición se apagaba dentro de mi esa pequeña esperanza de verla por última vez en nuestra habitación, de despedirnos con unas fotos juntos, yo le decía que hiciese lo que quisiera, pero insistía con la misma frase.
Cené mi pizza favorita congelada, espinacas con gorgonzola y me bebí una cerveza. Todo un festín después de una agotadora semana. Tenía ganas de relajarme e irme a dormir pronto, mirar una película cualquiera de viernes y nada más. Pensé en irme pronto a la cama para dejar de estar nervioso pensando en si vendría o no.
Eran las dos de la madrugada y tenía la sensación de que no me dormiría nunca, ya no sabía como ponerme para dormir, la incertidumbre podía conmigo y mi mente no conseguia relajarse de ninguna manera. Creo que a las tres y media había dormido algo. Me desperté de un salto ya que puse el móbil en máximo sonido por si ella me decía algo. Era mi prima:
- Me acabas de llamar? Estamos entrando a la disco.
- No te he llamado. Que vaya muy bien!
Almenos sabía que estaban en la disco, me pude hacer un poco el recorrido de la noche y tener alguna idea, me dijo que saldrían por otra zona, pero pensé que al final ya les iba bien la ruta de siempre.
A las cinco de la mañana volvía a dar un salto, esta vez me estaban llamando. Era ella!! El corazón casi me sale del pecho, no se si de la alegría o de los nervios. Lo cojo y empezamos a hablar.
Estaba un poco perjudiada, la notaba cansada y le costaba hablar por el exceso de alcohol que esas fiestas suponían. Esperaba que me llamase más tarde, pero me dijo que perdió a sus dos amigas y que ya estaba cansada de aguantar a un chico que le explico durante una hora toda su historia con su ex y de como poder volver con ella o algo así. Como es habitual en mi, sentí celos. Había estado hablando más esa noche con ese desconocido que conmigo en una semana. Supongo que es normal, tampoco soy muy experto en esto de sentir celos pero ahora, con ella, me sale muy amenudo y no se muy bien como gestionarlo.
Primero me dijo que no venía que se iba a su casa, yo le insistí que viniera porque tenía ganas de verla, y ella que no. Como siempre, acabé desistiendo agotado, y luego ella me suelta: - Y si vengo a darte un besito y me voy? – Joder pensé, me lleva a la desesperación de tanto insistir y cuando ve que ya no puedo más y la dejo tranquila para que haga lo que quiera, va y me dice que si, que viene. Si es que en el fondo se que quiere igual que yo, pero una mezcla de orgullo y racionalidad hace que haga lo contrario a lo que siente. Creo que la conozco un poco. Al cabo de un rato y de hablar con un par de amigos suyos, me vuelve a decir que se va. No se si lo hizo cinco, seis, o mil veces.
Finalmente llegó, con su cara de cansada, sus ojitos caidos por el agotamiento y alcohol, enrojecidos, balbuceante, y con un aire de niña mala que tanto me gusta de ella. La vi tan frágil que daban ganas de cuidarla hasta que se recuperara de aquella noche, y de toda la semana, si cabe.
La invité a subir a mi habitación a dormir, y a regañadientes subió insistiendo que también me daba un beso y que se iba. No paraba de decir que no entendía que hacía allí, que no encontraba sentido a esa situación, y yo, sin darle importancia, la miré y le dije que ya era suficiente, que se quedaba a dormir y punto, que había venido para estar conmigo y ya está. Después de días sin vernos no era muy dificil comprender porque había venido y porque estaba allí.
Después de unos cuantos abrazos y besos, nos propusimos dormir. Ella estaba agotadíssima, y en un último esfuerzo antes de dormirse me dijo:
- Puedo pedirte una cosa?- Me susurro casi dormida.
- Si, claro.
- Por favor, no te separes de mi.- Cerró los ojos, y la abracé. Me separé, le cogí las manos y le dije:
- Tranquila cariño, no me voy a separar de ti.
Y se durmió después de darle unos besos, y de tranquilizarla. Me dejó con las ganas de decirle que la quería, de decirle que no me iba a separar, que era lo último que quería y que había luchado para no perderla. Pero estaba durmiendo, y lo único que podía hacer era susurrárselo al oido para que si de algun sitio me podía oir, que le quedara claro para que pudiera dormir en paz. La seguí besando hasta que casi me dormí. Miré la hora Eran las 6:30 de la madrugada. Cerré la luz y me tumbé a su lado, la miré un buen rato como dormía antes de dormirme yo.
Me desperté y gire la cabeza, estaba allí tumbada, de espaldas a mi. No podía ver si estaba dormida o despierta y pensé en susurrar bajito un buenos días para saber si lo estaba.
- Buenos días - Dije con una voz bajita.
- Buenos días – Me contestó susurrando.
Y con delicadeza se giró sonriente aun con los ojos cerrados, y me abrazó. Nos abrazamos. Estabamos felices de nuevo por estar juntos una mañana más. Antes de esa noche había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos habíamos despertado juntos, y los dos sabemos que esos momentos en la cama por la mañana, són momentos que los dos echamos mucho de menos, són tan especiales como dulces. Ese momento en que despiertas y ves a la persona que más quieres en tu vida, hace que sea de esos momentos que sientes la felicidad, estar allí acompañado por ella y sentir que no necesitas nada más, que con su presencia te basta y que con sus miradas adormecidas y sus sonrisas, deseas detener el tiempo en ese momento para la eternidad.
Después de hacer el amor varias veces, de jugar en la cama y de hablar sobre lo ocurrido en la noche anterior, nos marchamos como siempre hacia la boca del metro para despedirnos, ese momento que tanto despreciamos por todo lo que nos ha marcado, pero felices de haber pasado una noche y una mañana más juntos.